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martes, 10 de abril de 2012

"volver a nacer" por y en el Conocimiento



"volver a nacer" por y en el Conocimiento


M\M\ Roberto Alba


Extraido de "Kâla­Mukha", René Guénon, cap. LIX de Símbolos Fundamentales

La división en tres grados ­aprendiz, compañero y maestro­ conforma un esquema perteneciente a toda vía iniciática regular, constituyendo una síntesis del proceso mismo del Conocimiento y su realización efectiva. Este ternario iniciático es análogo a los tres planos o niveles de la manifestación cósmica: el Corpus Mundi, el Anima Mundi y el Spiritus Mundi, según la terminología del hermetismo cristiano medieval. El Cuerpo, el Alma y el Espíritu universal se corresponden así con los grados de aprendiz, compañero y maestro, respectivamente. De ahí que la realización iniciática reproduzca etapa por etapa el proceso mismo de formación del cosmos o del orden universal, motivo por el cual, y en razón de la analogía existente entre el macrocosmos y el microcosmos, dicho ternario es también el de la constitución del ser humano considerado en toda su integridad. Utilizando el simbolismo geométrico, los tres mundos (y los tres grados iniciáticos) se representan como otros tantos círculos concéntricos, en donde, naturalmente, el más periférico y exterior se correspondería con el plano corpóreo, el intermedio con el anímico o psicológico, y el más interior con el espiritual.

Bajo este criterio el hecho de que  se manifiesta que el punto al centro del circulo  es el punto que tácita o explícitamente está representado en el centro de este último círculo simbolizaría al Ser o Unidad primordial, que en lenguaje masónico no es otro que el Gran Arquitecto del Universo (idéntico al "motor inmóvil" aristotélico), que aunque en sí mismo no manifestado ­como el punto, que en realidad no existe en el espacio­ es no obstante el principio a partir de cuya emanación o expansión se genera toda la manifestación, que depende enteramente de él en todo lo que ella tiene de realidad.

En este sentido la transmisión de la influencia espiritual recibida por la iniciación masónica es análoga a la acción del Fiat Lux emanado del Verbo divino "en el Principio", dando lugar al orden cósmico. Y así como ese orden fue "sacado del caos" por la acción de la Palabra luminosa y espermática, el hombre es rescatado del mundo profano, o de las "tinieblas exteriores"

Entonces la iniciación masónica es  la irradiación clarificadora que se genera en su conciencia gracias al poder creador de la influencia espiritual o "iluminación" iniciática, lo que acontece en el corazón, es decir en el centro mismo de su ser. De esta manera, y semejante a esa cosmogénesis, se produce una antropogénesis espiritual, lo que equivale a la generación o nacimiento del hombre nuevo. Esa Palabra luminosa, Logos o Sonido primigenio que insufla la vida y el ser a la materia amorfa es también un "ritmo" cuya cadencia vibracional la articula y ordena. Y este ritmo creativo es el gesto o rito cósmico por excelencia, prototipo de todos los ritos iniciáticos, lo cual explicaría por qué éstos son imprescindibles para vehicular la influencia espiritual, que en el fondo lo que persigue es transmitir al ser la energía de la Inteligencia y del Conocimiento por mediación del código simbólico y su ritualización, despertándole a sus posibilidades superiores de acuerdo a lo que fue hecho "en el Principio", e insertándole por consiguiente en el tiempo mítico y verdadero.

Siendo la Masonería una tradición procedente de las antiguas organizaciones y gremios iniciáticos de constructores "libres", ésta concibe a la Unidad como un Arquitecto u Ordenador Supremo, y al cosmos como su obra más perfecta y elocuente, lo que hace posible que el hombre pueda tomar a esta última como un símbolo vivo que le permite re­conocer (porque los contiene en sí mismo) los principios o arquetipos que determinan todo lo creado, tanto en el Cielo como en la Tierra. Esos principios y leyes universales, y el orden visible e invisible, tangible y sutil que de ellos emana, se expresan mediante las proporciones, medidas, ritmos y estructuras de los números y las figuras geométricas, fundamento de todas las artes y ciencias cosmogónicas, y sobre todo de la arquitectura sagrada, síntesis de todas ellas.

Ahora bien si la Masonería (como la Alquimia) es llamada el "Arte Real", éste no consiste en otra cosa que en la actualización, en el plano del hombre y de la vida, de todas las posibilidades de manifestación concebidas y contenidas eternamente en la Mente y la Sabiduría del Creador, que "todo lo dispuso en número, peso y medida", lo que nos da la idea de la existencia de un modelo prototípico reiterado en cualquier gesto creativo, ya se trate ese gesto de la creación de un mundo, de un ser o de una obra de arte, siendo ésta última la que el hombre finalmente pueda hacer consigo mismo en su interior. Es por eso que el aprendizaje, conocimiento y encarnación de ese modelo, que el cosmos entero simboliza, hacen del masón un obrero de la construcción universal, en la que él colabora conscientemente, pudiendo leer así en el "Libro del Mundo" o "Libro de la Vida". Acceder a esa cosmovisión, a ese orden armónico, conduce a la contemplación de la Belleza, que es un nombre divino y por consiguiente una poderosa energía de transmutación y regeneración.

Esto nos lleva a considerar que, además del Verbo que insufla la vida a la materia amorfa, o substancia nutricia original, también existe la acción de un "gesto" divino en la creación del mundo. Y ese gesto misterioso es el que establece precisamente la analogía antes mencionada entre el proceso cósmico y el iniciático. En efecto, la transmisión de la influencia espiritual en la Masonería es vehiculada por la ritualización de determinadas palabras y gestos sagrados, dividiéndose estos últimos en "signos" y en "toques". En este sentido, debemos recordar que esas palabras y gestos rituales no son sino la propia energía del símbolo puesta en acción, lo que hace posible que la idea que el propio símbolo transmite se revele con toda su fuerza y fecunde al ser que la recibe, haciéndolo pasar, como antes hemos dicho, de la "potencia al acto" o de las "tinieblas a la luz". El código simbólico no es algo que pueda aprehenderse desde el exterior, como si uno mismo no estuviera incluido ni formara parte de la idea que éste transmite. El hombre comienza a tener conciencia de su ser en el mundo cuando comprende que él mismo es un símbolo, es decir que debe verse como en un espejo donde se refleja el Ser ­y la vida­ universal. En realidad todo rito es un símbolo, o idea, en movimiento, y todo símbolo, a su vez, no es sino la fijación de un gesto ritual cumplido conforme al orden, esto es, conforme al modelo de lo que fue hecho "en el Principio". El rito es la "vivencia" de la idea simbólica porque de hecho el propio rito no es sino esa misma idea articulada en el espacio y el tiempo, es decir en la totalidad de nuestra existencia, que así adquiere pleno sentido al integrarse en la cadencia de la armonía y del ritmo universal, siempre idéntica a sí misma por constituir la expresión de la Unidad indiferenciada, alfa y omega de todo lo creado. A este respecto, es bastante significativo que la palabra gesto tenga también el sentido de "gestación", y por tanto de "generación", que en el contexto iniciático y simbólico se vincula al renacimiento espiritual, de un "volver a nacer" por y en el Conocimiento.

En la Masonería ese trabajo consiste en desbastar y perfeccionar la "piedra bruta", que es el símbolo del aprendiz, mientras que la piedra "cúbica" pertenece al compañero, y la "piedra cúbica en punta" al maestro. Esta sucesiva mutación de la piedra simbólica, análoga a la transmutación alquímica, indica tres momentos claves del trabajo masónico. Sin embargo, y como los símbolos se prestan muchas veces a un doble sentido, en la masonería ­que no olvidemos procede de una tradición de constructores­, y sin perder totalmente esa significación, la piedra bruta deviene más bien un símbolo del caos pre­cósmico, y en cierto modo puede verse como una imagen del mundo profano, de donde el aprendiz procede y al que tiene que superar en su intento de ir de las "tinieblas a la luz". En este contexto simbólico, las asperezas y aristas de la piedra bruta representan las deformaciones del alma humana sometida a las influencias egóticas e ilusiones mentales de todo tipo, las cuales suponen un obstáculo en la evolución espiritual. Se impone, pues, una ascesis purificadora que, al mismo tiempo que lime las asperezas de la piedra bruta de la conciencia, de lugar a un desarrollo ordenado de las posibilidades superiores en ella incluidas, y en tanto que no se manifiesten permanecen en estado embrionario y latente. En la iniciación masónica los primeros trabajos del aprendiz se llevan a cabo con el mazo y el cincel, herramientas que respectivamente simbolizan la fuerza de la voluntad y la facultad de la inteligencia, la cual distingue, separa y determina lo que en el ser es permanente y coesencial a su naturaleza (aquello que ese ser "es" en sí mismo), de lo que constituye sus añadidos superfluos y exteriores. En lenguaje masónico esta acción clarificadora recibe el nombre de "despojamiento de los metales", que en el fondo es idéntica a lo que en Alquimia se denomina "separar lo espeso de lo sutil", es decir lo profano de lo sagrado. Entendida de esta manera, la voluntad es ese fuego sutil que generado por la acción iluminadora de la influencia espiritual, promueve en el hombre el amor o la pasión por el Conocimiento, siendo en este sentido que los términos querer, creer, y crear son exactamente lo mismo. Empero, y a fin de que no se disperse, esa fuerza interior ha de estar bien dirigida por una recta intención, o rigor intelectual, que la encauce y concentre en vista a la comprensión teórica y efectiva de los principios universales, los cuales, volvemos a repetir, se revelan mediante las leyes, ritmos y ciclos que regulan el orden armónico de la Creación. Sólo así, conjugando en un acto único, que deviene ritual y permanente porque se ha "incorporado" a la naturaleza del ser, la fuerza del amor y el rigor de la inteligencia, la "materia caótica" irá siendo pacientemente tallada, hasta que el aprendiz, intuyendo la Belleza o "forma" ideal oculta en esa materia deforme, se "eleve" a un grado superior de su jerarquía interna, es decir, a compañero.

          
Es cuanto
V\ de La Paz, Otoño de la e\ v\

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