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lunes, 9 de abril de 2012

Fabulas para el Género de Caín


Fabulas para el Género de Caín



Por M:.M:. M:.  Roberto Alba
La historia que nos cuenta la Biblia sobre la creación del hombre, el mito de la “caída” y del pecado original, nos refiere Steiner [1]que hubo un tiempo, en la Epoca Lemúrica, tras una dilatada era en que el hombre originario habría sido un ente en formación todavía unisexual y hermafrodítico, en el que un Elohim (de la Jerarquía de los Espíritus de la Forma o Exusiai), creó al ser humano al que llamó Eva, y de su unión (no sexual todavía) con ella nació Caín. Posteriormente otro Elohim de la misma jerarquía, Jehová (o Jahvé) creó a Adán, un homínido aún semianimal asexuado creado “a semejanza de Dios”, el cual se unió a la misma Eva, pero ya de manera netamente sexual, y de tal unión nació Abel. De manera que Caín era un descendiente directo de Dios (de las Jerarquías Creadoras), y Abel descendía ya de otros seres humanos creados por los Dioses, pues sus progenitores eran los citados Adán y Eva, y de ambas ramas surgieron dos géneros humanos diferenciados, que perviven hasta el día de hoy, y que en el futuro se unirán, cuando el espíritu impere sobre la materia según el plan divino: el género de Caín, descendiente del Elohim divino y de Eva, y el género de Abel, descendiente de seres humanos que se unieron entre sí según el planteamiento y el diseño de Jehová.
La Biblia establece que, como quiera que las ofrendas de Abel eran del agrado de su progenitor Jehová, y sin embargo a éste no le complacían las de Caín, por ser de otra progenie y otra naturaleza distinta y no de la suya, Cáin “mató” a su citado hermano, y a consecuencia de ello fue excluído de la comunidad de Jehová, por lo que hubo de retirarse a “otras regiones”, creando su propia tribu (los Cainitas, para diferenciarlos del otro género: los Abelitas). A partir de aquel momento Caín, al haber elegido la libertad y la autoconciencia en el camino espiritual en vez de la fe ciega de su hermano, quedó maldito a los ojos de Jehová, que por aquel entonces regía los destinos de la humanidad, y desde entonces la descendencia cainita ha venido recibiendo toda la aversión y desconfianza contrarias de dicha Jerarquía espiritual.
De estos dos géneros humanos, los Cainitas se distinguieron a partir de entonces por su dedicación a las artes y las ciencias, al conocimiento y la tecnología, y al manejo del arte del fuego (el “fuego astral” de las pasiones, instintos y deseos, es decir del ámbito anímico personal interno), siendo algunos de sus representantes Matusalem, creador de la escritura, o Hiram, arquitecto constructor del Templo de Jerusalem, De la línea Abelita proceden asimismo Seth, 3º hijo de la pareja Adán y Eva, y posteriormente Salomón, y contando con la complacencia y protección de la divinidad de Jehová, se dedicaron a ser pastores y cultivadores de la tierra, y luego a ser sacerdotes de la religión devocional a su Dios y asimismo a ser lideres y reyes.
En realidad los hijos de Caín descienden de los Elohim de la Epoca Lunar que habían quedado rezagados en el sentido de continuar impregnados por la Sabiduría por el Fuego Kama lunar, y por ello se distinguen por el calor, el entusiasmo y la pasión por la sabiduría de las artes y las ciencias, mientras que los Elohim progenitores de los hijos de Abel habían transcendido los deseos y esa sabiduría “caliente” e impulsiva lunar, y ya no estaban compenetrados de pasiones, por lo que la corriente de Abel-Seth cuenta con unas sabiduría y devoción religiosas divinamente inspiradas y libres de pasiones.
Originariamente la humanidad era masculino-femenina y asexuada, hasta que, con ocasión del mito bíblico de la “caída” y de la expulsión del Paraíso, al principio de la Epoca Lemúrica aquella humanidad fue disociada en los géneros masculino y femenino. Después de que en la Epoca Hiperbórea el Sol se separase de la Tierra (marchando con el sol también el Cristo y sus Arcángeles solares), ocurriendo entonces tal división de sexos y la encarnación sucesiva de los hombres.
Caín, como labrador de la tierra, fuerte y vigoroso para trabajar el suelo y elaborador intelectual de la materia, representaba lo material, lo masculino, y Abel, como pastor que no trabaja los rebaños del creador sino que solo los cuida, simbolizaba lo femenino y lo espiritual. Caín se dirige a la divinidad con el producto de su esfuerzo, de su intelecto y su libertad, mientras que Abel acoge receptivamente todo como espiritual y entrega los mejores frutos como ofrenda a su Dios, que los recibe con toda complacencia, y que extraña y desestima las artes y creaciones cainitas fruto de su esfuerzo, por ser tan solo un producto material y físico. Abel no transforma nada, acepta la realidad tal y como la recibe elaborada por la divinidad, al revés que Caín, no tiene que alcanzar la espiritualidad a través de su propio esfuerzo, sino que la recibe como un don, como una revelación.
Y esa es la diferencia primigenia que enfrenta desde su origen a lo femenino y lo masculino: es femenino lo que es inspirado espiritualmente, al ser recibido directamente de Dios como un principio de inspiración, que le permitirá ser sacerdote y pastor, mientras que lo que Caín tiene para ofrecer y dar de sí es masculino, por ser propiamente su trabajo humano para transformar el plano físico como labrador de la tierra, y sus descendientes como científicos o artistas, procediéndose con todo ello a diferenciarse y dividirse definitivamente la sabiduría espiritual femenina y la ciencia intelectual masculina, el cerebro masculino y el alma femenina. Sin embargo esta presunta predominancia de lo espiritual en el Abelita con respecto al Cainita no es más que aparente en cuanto al apego a la materia de una y otra rama, en el Cainita (ya sea hombre o mujer) está exaltado y predomina el “Animus”, en términos jungianos, mientras que en el Abelita está acentuado el “Anima”.
Pero en todo caso, a partir de entonces lo que es la estricta diferenciación de sexos a la que se refiere el mito bíblico, como creación de lo que es hombre y mujer, ha de seguir existiendo en el proceso evolutivo de ambos géneros humanos hasta que eventualmente llegue el momento de su unificación y simbiosis, cuando se rebase y trascienda su actual necesaria diversificación en un alma espíritu que realice conscientemente ambos polos, lo cual no hace sino ratificar la dialéctica hegeliana que afirma que la realidad evoluciona confrontándose a sí misma en movimientos sucesivos en medio de una realidad dualista conflictiva que supone la tensión permanente entre los pares de opuestos, entre la luz y las tinieblas, entre el Bien y el Mal, entre el espíritu y la materia, y en suma entre lo Masculino y lo Femenino.
Tanto Caín como Abel son hijos de Dios, pero diferentes. El Dios de Abel (Jehová) introduce a sus criaturas profundamente en el mundo físico, haciéndoles mantener una consciencia e inspiración dependientes de la divinidad, mientras que el Cainita no recibe la inspiración de los dioses, sino que la consigue de su propio Yo Superior, por medio del esfuerzo y el sacrificio constante, en su contacto consciente con las fuerzas instintivas de su estructura inferior, tratando de modelar la materia conforme al espíritu. Así como Abel procede de la procreación de jerarquías obedientes al mandato de Jehová durante la Epoca Lemur, hubo otras individualidades, las llamadas Agnisvattas o Hijos de la Sabiduría, que se negaron a encarnar y retrasaron su encarnación hasta la Epoca Atlante (suceso conocido en el Génesis como “la Caída del Hombre”). Tal negativa no fue un mero acto de rebeldía o soberbia, sino una cuestión de consciencia, pues por imposición de Jehová, una vez producida la separación de sexos, la procreación humana había de realizarse de forma totalmente inconsciente e instintiva, en estado de ensueño y trance (con el fin de evitar la animalidad sexual), por cuya razón las almas Agnisvattas, para evitar tal estado de inconsciencia semianimal, se negaron a encarnarse en cuerpos tan primarios y primitivos, hasta que se produjera una evolución más humanizada.
Este impulso Agnisvatto de esperar hasta poder controlar el cuerpo encarnado y dotarlo de una consciencia despierta parte del principio de libertad y autoconciencia que tales jerarquías Agnisvattas entienden como consustanciales para el hombre, así como del deseo de dotarle de un desarrollo espiritual propio. Los descendientes de Caín usan la sabiduría masculina para construir en el mundo externo, ya que carecen de la sabiduría e intuición femeninas que fluye en las almas Abelitas naturalmente por designio de su progenitor divino. Los Cainitas tienen que trabajar con esfuerzo y sacrificio (“con el sudor de su frente”), y en su necesidad de  espiritualizar la materia e integrarla producen el llamado Ocultismo o Linea científica dentro del conocimiento espiritual, que solo podrá ser conquistado mediante un trabajo de adiestramiento iniciático, en un sistema de grados estrictamente establecido, que requería una prueba específica para cada uno de los grados. Paralelamente los Abelitas representan la antigua sabiduría sacerdotal al recibir el conocimiento espiritual (la Biblia) de forma femenina, gratuita e intuitiva, por revelación.
Al Cainita, en lo transcendente y espiritual de su mundo interno, le inspira el ente Agnisvatta que porta en su interior y que es quien le da el fuego del entusiasmo, que le permitirá enfrentarse solventemente a un mundo enemistoso y  permanentemente adverso por medio de su voluntad y esfuerzo, mientras que al Abelita le protege y ampara permanentemente la divinidad que le creó, y tiene una relación mucho más fácil y sencilla con el mundo físico y las fuerzas que lo rigen. Y así el Cainita, más que amar el mundo, lo soporta y lo transciende por el conocimiento que tiene sobre las fuerzas ocultas que lo dirigen y de su propia alma que obligatoriamente le hace mirar y observar su estructura y funcionamiento, pues, a causa de una “aparente” maldición divina y por el hecho de no pertenecer a la linea generacional de Jehová y de no someterse a sus designios, ha de enfrentarse al Ahriman que como Señor del mundo material rige la materia y con el que el Cainita ha de luchar en su trabajo de transformación y regeneración sobre la tierra.
La diferencia entre ambas ramas humanas puede observarse en lo distintas que son las vías iniciáticas que históricamente les ha caracterizado, pues así como el Abelita evoluciona de afuera hacia adentro, y se ha venido iniciando dentro de las coordenadas de la llamada Iniciación Agnisvatta, mayoritariamente empleada antes de la encarnación de Cristo (dirigida a la consecución del nirvana espiritual), el Cainita progresa en sentido contrario, de adentro hacia fuera, realizando cambios y perfeccionamientos anímicos internos, para aplicar las energías etéricas así liberadas a la transformación de la materia, en un ámbito básicamente ahrimánico compensado por las fuerzas de Amor y Luz crísticas del Verbo Cósmico hasta conseguir la “Palabra perdida”. El conocimiento oculto que el iniciando Cainita adquiría versaba sobre la manera en que la realidad está construída y la manera de transformarla. Se puede afirmar que la iniciación cainita es ahrimánica (basada en el estudio disciplinado de la realidad material bajo la luz Agnisvatta y por medio del entrenamiento oculto de las logias y cofradías), y que a la inversa la iniciación abelita es luciférica (basada en las Iglesias y religiones devocionales, al amparo y sobre la base de su positiva relación con la materia y el mundo físico).
Por todo ello en su vida social el Cainita,  suele ser más reservado y selectivo, socialmente inseguro y espiritualmente firme, mientras que el Abelita, dominado por su “Alma grupal” y apoyado por los dones gratuitamente a él otorgados por Jehová, es más integrado y existoso socialmente, está mas identificado con su personalidad y con la apariencia fenoménica del mundo material y por tanto está más atado a las atracciones y encantos del mundo físico. El Cainita, en general, y si no deriva hacia el lado adverso, “está en el mundo sin ser del mundo”, tiende a ayudar y redimir a los demás, y si triunfa en su entendimiento de cómo está construído el mundo, llegará a conocer las leyes de funcionamiento oculto del mundo y se convertirá en un sabio al servicio de sus hermanos, todos los hombres sin excepción.
La Sabiduría del Templo viene a representar lo que la Ciencia masculina (cainita) ha contrapuesto a la sabiduría femenina (abelita), y que en realidad no es otra cosa que la linea de desarrollo de la humanidad cainita, reelaborada a partir de las antiguas cofradías de constructores que más tarde darían origen a la Francmasonería.
La Leyenda del Templo nos cuenta que en un momento dado de la historia vinieron a coincidir las principales figuras representativas de ambas ramas con ocasión de la construcción del templo de Jerusalem: Salomón, descendiente de Abel y de Seth (rey de los judíos), dotado con lo mejor de la sabiduría inspirada y femenina de los hijos de Jehová, e Hiram, el arquitecto al que encarga tal construcción, de estirpe cainita, el mejor experto en conocimiento oculto, artes y tecnología de su raza, provisto de la sabiduría masculina de los hijos de Caín elaborada a base del propio trabajo y esfuerzo terreno.
Y cuando la construcción del templo llegó a su finalización, solo quedaba la pieza maestra de Hiram: la fundición de bronce que había de adornar el templo. Pero los aprendices de Hiram se aliaron con el rey para perjudicar y echar al traste la mezcla de metales correspondiente, tras un sueño con su  ancestro, quien le dijo que entrara en el fuego que empleaba para dicha fundición para llegar al fondo y centro de la tierra, donde encontró al mismo Caín, que le inició en el misterio de la creación del fuego y de la fundición, y allí le fue entregado además un martillo y un Triángulo de Oro. A su regreso pudo realizar eficazmente la fundición de los metales
La Francmasonería creó la Leyenda del Templo como respuesta a la leyenda Bíblica, con el fin de materializar la promesa que se le hizo a Hiram de que tendría un hijo que fundaría una nueva raza que recuperaría el poder de la Palabra perdida, mediante la recuperación de la fuerza procreativa del espíritu, lo que conllevaría la creación de una nueva raza que reemplace a la antigua: la del hombre espiritual.
ES CUANTO
V\La Paz invierno de la e\v\



[1] En los tiempos en que Rudolf Steiner era todavía el Secretario de la Sección Alemana de la Sociedad Teosófica, en el año 1904, trató en varias conferencias el tema de la llamada “Leyenda del Templo”, cuyas charlas luego se sintetizarían en un texto del mismo título, donde se revisaba la versión de dicha mitología esotérica reactualizada por Christian Rosencreutz a principios del siglo XiV, sentando las bases de la denominada “Iniciación Cristiana/Rosacruz”, y como marco referencial de la Francmasonería, así como de la cosmovisión de los “Cainitas”, aquellos seres humanos que recorren el sendero del Ocultismo, el camino de transformación de la materia y del alma: la auténtica Alquimia según Hermes Trimegisto, Paracelso y Cagliostro.

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